C.S. Lewis dijo una vez que el dolor es el megáfono que utiliza Dios para despertar a un mundo de sordos. Si hay algo realmente positivo de una situación como la crisis del coronavirus es que saca a relucir las cosas que de verdad importan y nos hace olvidar, al menos por un tiempo, aquellas más triviales. Quienes no creen en Dios empiezan a hacerse preguntas sobre la efimeridad y el propósito de la vida, preguntas que apuntan a Dios, y los que sí creemos empezamos a separar lo importante de lo no importante.
En la teoría todos sabemos lo que es más importante: amar a Dios sobre todas las cosas, y amar a tu prójimo como a ti mismo. Pero, ahora, el coronavirus nos está forzando a ponerlo en práctica. Nos hemos quedado sin la excusa de que no tenemos tiempo para buscar a Dios y aprender a amarle en la intimidad. Y, en cuanto al segundo mandamiento, nos estamos viendo obligados a quedarnos en casa por nuestro bien, pero sobre todo por el bien del prójimo más vulnerable.
Y cuando hablo del más vulnerable no estoy pensando especialmente en las personas mayores y enfermos crónicos de nuestro país, que por supuesto son también personas vulnerables. Pero siempre me ha gustado ver la realidad desde una perspectiva global y me imagino que es por eso que pienso primeramente en las familias que apenas tienen para un plato al día en Sierra Leona o en los indigentes de todas las edades que deambulan por las calles de Calcuta, o en las familias hundidas en la desesperanza que se mueren poco a poco en Afganistán.
No es para nada lo mismo pensar en el coronavirus en España que pensar en ello en los países del Sur global. Si nos paramos a pensar, es un privilegio que nuestra preocupación sea el colapso del sistema sanitario. Esto quiere decir que tenemos un sistema sanitario, que tenemos equipos médicos de última generación, etc. En una situación como la nuestra, en muchos otros países, el colapso del sistema sanitario se hubiera producido el primer día. Es por eso que a la OMS le preocupa especialmente que el virus se pueda propagar en los países más pobres. La contención del virus en Occidente puede salvar millones de vidas en el Sur global.
La crisis del coronavirus pone de manifiesto las diferencias abismales en nuestro mundo actual y pone en el centro de la cuestión a las personas más vulnerables, a los que más sufren la desigualdad y la injusticia social. Una vez más, son ellos los más expuestos al sufrimiento. Una vez más, Dios nos pide mirarle a Él y, al mirarle a Él, le encontramos mirando a los que más sufren. Una vez más, son ellos la respuesta a la pregunta: ¿Quién es mi prójimo?